Misteriosa

Capítulo 2

Misteriosa

POV Alex Blackwell

El reloj en la pared marca los minutos con un ritmo implacable, pero a mí me resulta insoportable. Cada segundo que pasa, lo siento sobre mi piel, cuando el segundero del reloj de mi muñeca avanza.

No soporto esperar. Nunca lo he hecho. Tampoco soporto que me impongan nada y sin embargo, aquí estoy, esperando a una asistente que ni siquiera necesito.

Maldigo en silencio a mi hermano por ser como es, ese terco idealista que parece disfrutar encontrando formas de interferir en mi vida. Fue idea suya, por supuesto.

» Necesitas ayuda, Alexander. No puedes hacerlo todo tú solo« dijo con esa sonrisa irritantemente condescendiente que siempre usa cuando cree saber más que yo, por supuesto, es mi jodido hermano mayor y he tenido que lidiar con eso toda mi vida. Como si no fuera capaz de manejar las empresas que he construido con mis propias manos.

Tres años. Tres años fuera del tablero por razones de peso y todos parecen haber decidido que eso es suficiente para que pierda mi toque. No tienen ni idea de lo equivocados que están. Sí, me alejé de los negocios, pero no porque no pudiera manejarlo. Lo hice porque no soportaba lidiar con las personas y la expresión que ponían en sus rostros cada vez que me veían, con una maldita lástima que no necesito y que nunca he pedido. Me alejé porque necesitaba un respiro, aunque jamás lo admitiría en voz alta.

Ahora he vuelto y lo primero que hacen es meterme a una extraña en mi casa, bueno, aunque según él, eso lo deja a mi consideración pero ahí me ha dejado una estúpida maleta y ha mandado a preparar una habitación.

Según mi él, ella me ayudará a organizarme, a ponerme al día, como si mi vida necesitara un asistente. Lo que no entiende es que yo trabajo mejor solo. Siempre lo he hecho. Tener a alguien husmeando en mi espacio personal es una distracción innecesaria.

Así que, si voy a soportar su presencia, al menos me aseguraré de que entienda quién tiene el control aquí. Haré que cada segundo de este trabajo sea una prueba. Si está aquí para quedarse, tendrá que ganárselo, porque no pienso dejar que una desconocida venga a perturbar la poca paz que tengo.

Tras varios minutos, la puerta se cierra detrás de ella con un suave clic y el eco del sonido se extiende por la habitación como si subrayara su presencia. La observo en silencio, analizando cada uno de sus movimientos, cada detalle de su expresión. Isabella Thompson. Su rostro me resulta demasiado conocido, trato de recordar de dónde, pero me sorprende el hecho de que ella parece convencida de que soy incapaz de recordarlo.

Qué interesante.

Se planta frente a mí, intentando proyectar una seguridad que estoy seguro no siente. Puedo verlo en la forma en que mueve los dedos, ese pequeño tic nervioso que intenta ocultar. Cree que el uniforme de profesionalidad que lleva puesto es suficiente para enmascarar lo que realmente siente, pero no lo es. Isabella es un libro abierto, al menos para mí puedo leer cada una de sus emociones como si me las gritara. Y eso me da ventaja.

—Ha llegado tarde —digo, pronunciando cada palabra con la misma calma calculada con la que manejo todo.

No es una queja, no necesito que lo sea. Es una declaración que pone las cosas en su lugar, recordándole que aquí, yo establezco las reglas. Su respuesta llega casi de inmediato, un intento de excusa que pretende sonar convincente.

La mentira es evidente, pero no la corrijo. Me divierte verla mantener esa fachada de confianza, aunque ambos sabemos que no está tan firme como quisiera. Una parte de mí se pregunta cuánto tiempo más podrá sostenerla antes de que empiece a desmoronarse.

Curvo los labios apenas, lo justo para que ella no pueda descifrar si es una sonrisa o un gesto de desdén. Siempre me ha gustado dejar a la gente preguntándose, nunca darles nada sin hacerlo merecer. Isabella no será la excepción.

Le meto el dedo en la llaga, en ese ego herido que tiene con un comentario mientras niego con la cabeza y dejo que mi mirada regrese a los documentos frente a mí. Fingir desinterés es una de mis herramientas más eficaces y sé exactamente cuándo usarla. Siento cómo su postura cambia, cómo se esfuerza por parecer imperturbable, pero el leve fruncimiento de su ceño delata que mis palabras han hecho efecto.

—No volverá a suceder —responde con rapidez, su tono firme, aunque no completamente seguro.

Se que ha llegado el momento de tomar mi decisión, eso que se supone que dejaron a mi criterio. Debería dejarla ir, que se largue a su casa al culminar su jornada, pero esa mirada retadora, esa insolencia con la que llegó, me hace querer desquitarme, así que agito mi mano y señalo la maleta que ha dejado mi hermano cerca de ella, indicándole que está su uniforme, uno que Roger insistió que llevara y que será guiada a su habitación.

Espero a que mis palabras se hundan en su mente, observando la confusión que cruza fugazmente su rostro. Ahí está. Debo reconocer que me llena de satisfacción y espero que, salga corriendo como una loca despavorida.

—¿Habitación? —pregunta, intentando esconder su sorpresa.

Levanto la vista hacia ella y dejo escapar una ligera risa, lo suficiente para dejarle claro que encuentro su reacción, cuando menos, ingenua. Le ofrezco la salida, siendo claro. No estoy para estar perdiendo más tiempo. Esas son mis reglas, bueno, no exactamente, son las de mi hermano, pero ella no tiene que saberlo.

Queremos una asistente disponible las veinticuatro horas al día, seis días a la semana. Su salario compensará su arduo trabajo. ¿Se quedará o no? Esa es la gran duda, aunque apuesto a que no. La miro fijamente, dejando que mis palabras floten en el aire, dándole el tiempo justo para procesarlas. Sus dedos vuelven a moverse, y mis ojos se detienen en ese pequeño gesto. Nerviosismo. Lo esperaba.

Y entonces ocurre algo que no anticipé. Isabella endereza la espalda, levanta la barbilla y toma la maleta con ambas manos.

—Muchas gracias por la oportunidad, señor Blackwell —dice, su voz más firme esta vez.

Interesante.

No respondo. Bajo la mirada hacia los documentos frente a mí, pero sigo siendo consciente de su presencia, del ligero temblor en sus pasos cuando se da la vuelta para salir de la habitación.

Treinta minutos. Treinta minutos para que vuelva aquí y demuestre si realmente tiene lo necesario para estar en esta casa, bajo mi techo y, más importante aún, en mi mundo, siendo la jodida asistente que no necesito, pero a la que no me puedo negar.

Cuando la puerta se cierra tras ella, un leve silencio envuelve la habitación. Me inclino hacia atrás en mi silla y dejo escapar un suspiro, permitiéndome por un instante preguntarme qué es lo que realmente busca Isabella Thompson al cruzar esa puerta.

Se supone que parecía asustada y se iría de aquí, pero ahora, el que está realmente incomodo, soy yo.

Sea lo que sea, estoy seguro de una cosa. No será tan fácil como ella piensa.

Isabella Thompson. Su nombre me resultó interesante desde el principio, cuando me presentaron las solicitudes y aun más cuando vi su foto. La investigué, por supuesto. No dejo nada al azar, mucho menos cuando se trata de alguien que estará tan cerca de mí. Fue fácil encontrar información sobre ella. Una mujer competente, con un historial impecable, aunque lleno de decisiones curiosas. Rechazó múltiples ofertas de trabajo más lucrativas que esta, pero lo que realmente llamó mi atención fue que preguntó por mí.

Ella buscó esta posición. Quería trabajar aquí, conmigo, y no he logrado decidir si eso me molesta o me intriga.

¿Qué es lo que quiere? ¿Qué la llevó a insistir tanto?

Le pedí a mi agente que se asegurara de que le asignaran este empleo, no porque la necesitara, sino porque quiero descubrir qué es lo que trama. No me gusta que me busquen con un propósito que desconozco. Me gusta tener el control y no permitiré que la señorita Thompson sea la excepción.

Mis labios se curvan apenas en una sonrisa mientras pienso en cómo hacer que su tiempo aquí sea una experiencia que no olvide. Haré que cada día en esta cada sea un desafío. Si quiere respuestas de mi arte, si quiere algún tipo de beneficio, tendrá que sudar por ellos.

El sonido del reloj sigue marcando los minutos y mi mirada se desvía hacia la puerta. Treinta minutos. Si no vuelve a tiempo, será la primera lección. Aquí, las reglas no se negocian y la primera regla es que nadie, absolutamente nadie, me hace esperar.

El segundero del reloj se mueve con precisión mecánica, marcando el paso de los últimos instantes. Treinta minutos, eso fue lo que le di. Esos treinta minutos deberían haber sido suficientes para que titubeara, para que se arrepintiera, para que demostrara que no está preparada para esto. Pero justo cuando el último segundo está a punto de caer, oigo la puerta.

—Adelante —digo, mi tono más bajo de lo habitual, ocultando la ligera molestia que siento.

Maldigo por lo bajo. Puntual. No puedo decir que me sorprenda, pero hubiera preferido que llegara tarde. Hubiera sido más fácil. En cambio, Isabella entra con calma, su rostro una mezcla de determinación y nerviosismo bien disimulado.

Mis ojos la siguen mientras avanza y por un instante, un solo instante, me encuentro notando cosas que no debería. La falda de lápiz negra se ajusta perfectamente a sus caderas, dibujando unas curvas que hasta ahora no había notado. Es un atuendo profesional, sobrio incluso, con el dobladillo justo por debajo de las rodillas, pero de alguna forma, en ella, todo parece más… llamativo.

La camisa blanca de botones que lleva, manga larga y perfectamente planchada, parece estar librando una lucha por mantenerse cerrada sobre su pecho. No es vulgar, pero hay algo en cómo el tejido se estira justo lo suficiente para que sea imposible no darse cuenta de su prominencia.

Me detengo cuando me doy cuenta de lo que hago. Esto está mal, jodidamente mal de muchas formas. Mis ojos suben rápidamente de regreso a su rostro y me regaño mentalmente por mirar de más.

¿Qué diablos me pasa? Esto no es profesional. No estoy aquí para eso, yo no soy así.

Ella se aclara la garganta, un sonido breve que llena el silencio y deja claro que ha notado mi distracción, aunque no dice nada al respecto.

«Perfecto. Ahora, además de todo, le he dado una ventaja innecesaria ¡Bien hecho, Alex! Eres un grandísimo estúpido».

—¿Lista para empezar? —pregunto, haciendo un esfuerzo consciente por recuperar el control de la situación. Mi tono es firme, casi frío, mientras mis manos descansan sobre el escritorio, entrelazadas.

Sus ojos me observan con cautela antes de asentir, ella en definitiva no sabe lo que le espera.

—Por supuesto, señor Blackwell.

Su respuesta es simple, directa, pero hay algo en la forma en que lo dice que me irrita. No sé si es su tono, calmado pero desafiante o si simplemente me molesta que esté aquí, plantándose frente a mí como si estuviera dispuesta a soportar cualquier cosa que le lance.

Tomo aire, llenando mis pulmones, y me inclino ligeramente hacia atrás en mi silla, recuperando mi compostura. Esto no será fácil para ella, y me aseguraré de eso. Pero ahora tengo que concentrarme. Isabella Thompson es solo una pieza más en este juego, y no puedo permitirme distracciones.

—Bien. Comencemos entonces.

La observo mientras se mantiene de pie frente a mí, su postura impecable, aunque ahí está de nuevo, ese ligero nerviosismo en la forma en que juega con sus manos detrás de la espalda. Perfecto.

Me levanto lentamente de mi silla y camino hacia una mesa lateral donde descansa una pila de documentos que casi roza el borde. Es un desastre deliberado, por supuesto. No suelo ser una persona desordenada, pero sabía que venia ella y mi plan es hacer que desee largarse.

—Comenzaremos con esto —digo, señalando la montaña de papeles.

Isabella da un paso adelante, y puedo ver cómo sus ojos se abren ligeramente al inspeccionar el tamaño de la pila. Me giro hacia ella, cruzando los brazos mientras espero su reacción.

—¿Esto? —pregunta, incrédula, alzando una ceja.

Asiento, manteniendo mi expresión neutral.

—Cada uno de estos documentos necesita ser revisado, clasificado y archivado correctamente. Me aseguré de que no estuvieran en orden, para que el trabajo sea más… instructivo.

«Sí… sé que estoy siendo un cabrón de mierda, pero no me importa».

Ella mira la pila otra vez y por un momento, puedo ver la incredulidad transformarse en algo cercano a la frustración. Baja la mirada hacia el suelo y murmura algo para sí misma, lo suficientemente bajo como para que no lo entienda completamente, pero lo suficientemente claro como para captar el tono de queja.

—¿Tiene algún problema, señorita Thompson? —pregunto, ladeando ligeramente la cabeza.

Levanta la vista rápidamente, como si hubiera olvidado por un segundo que estoy aquí. Su rostro recupera esa máscara de profesionalidad, pero no lo suficientemente rápido como para ocultar por completo su molestia.

—No, ninguno.

—Bien. Porque, como mencioné antes, la puerta está abierta. Nadie la obliga a quedarse.

Puedo ver cómo su mandíbula se tensa ligeramente, pero ella recupera la compostura y, para mi sorpresa, me lanza una sonrisa. Es completamente falsa, pero al menos lo intenta.

—Entendido. Me pondré a ello de inmediato, señor Blackwell.

No puedo evitar notar el leve sarcasmo en su tono, pero decido dejarlo pasar. Me doy la vuelta para regresar a mi escritorio, seguro de que, al menos por ahora, ella cumplirá con lo que le he pedido.

Mientras camino, un movimiento fugaz capta mi atención en el rabillo del ojo. Me detengo un segundo y al girar levemente la cabeza, la veo. Isabella, con la pila de documentos frente a ella, levanta una mano y me dedica un gesto universal que no necesita explicación.

Me quedo inmóvil por un instante, sorprendido por su audacia. No esperaba eso. Espero sentir irritación, enojo quizá, pero lo único que siento es… risa. Una risa que se forma en el fondo de mi pecho, tan inesperada que tengo que apretar los labios para que no se escape.

Sigo mi camino, aparentando que no he visto nada, pero no puedo evitar que una leve sonrisa asome en mis labios mientras me siento de nuevo tras el escritorio.

—Espero que termine antes del almuerzo, señorita Thompson —digo con un tono neutro, aunque me esfuerzo por no permitir que la diversión en mi voz sea evidente.

Ella solo asiente, aparentemente concentrada en la montaña de documentos, aunque sé que me debe estar maldiciendo por dentro. Pero yo sé algo ahora. Isabella Thompson no es como los demás. Esto podría resultar más entretenido de lo que imaginaba.

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