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Decidí arriesgarme a dejar sueltos los caballos, que parecían a gusto en aquel rincón del pueblo desierto, y me encaminé a la casa del cazador.

Allí encontré a Finoa dormitando con la cabeza apoyada en el jergón donde el príncipe dormía. Tea y Marla molían dagda con los morteros en sus regazos, sen...