


Capítulo 94.
Helena abrazaba a sus dos bebés, sintiendo la ausencia del trillizo que había sido secuestrado. Maximilien los miraba en silencio, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. La llamada de los secuestradores todavía resonaba en su mente con insistencia. Le estaban pidiendo 5 millones de dólares para liberar al pequeño. El dinero no era ningún problema para él, pero le aterraba que esos miserables no cumplieran con el trato y le hicieran daño. Sabía que Diana y Tony podían ser capaces de cualquier atrocidad, y aunque la voz al teléfono estaba distorsionada, estaba 100% seguro de que se trataba de ellos. Los secuestradores habían sido muy claros: le dijeron que no debía llamar a la policía, y eso es lo que iba a hacer. Prefería arriesgarse él solo, pero que su hijo estuviera a salvo y de regreso con su madre. Se acercó a Helena y a los niños, abrazándolos con infinita ternura. Algunas lágrimas descendieron por su atractivo rostro; era la primera vez que se permitía llorar. El que siempre había sido un hombre de negocios despiadado e implacable, ahora se encontraba en una situación tan vulnerable. Odiaba no tener el control de las cosas; sabía que estaba en las manos de aquellos infelices y que tendría que cumplir con todas las exigencias, y si sobrevivía, les haría pagar una a una las lágrimas que ahora estaban derramando por su culpa.
—Lo vamos a recuperar, mi amor, te lo juro —exclamó Maximilien.
Helena se llevó las manos al rostro, tratando de respirar para llenar de aire sus pulmones. Sentía que la desesperación se apoderaba de ella, pero en ese momento era necesario mantener el autocontrol, pues no solo ella estaba sufriendo, sino que su marido también se encontraba en el mismo estado de desesperación.
—Estoy segura de que esa maldita mujer fue quien se llevó a nuestro hijo, o pagó para que la enfermera se lo llevara. Es una maldita, Maximilien —decía ella tratando de contener la furia que había en su interior.
—Por favor, Helena, perdóname. Nunca debí involucrarme con esa mujer, nunca debí dudar de ti. Desde que lo hice, toda mi vida se cayó a pedazos, y ahora estoy pagando las consecuencias de esa obsesión enfermiza que Diana siempre ha sentido hacia mí —se lamentaba una y otra vez.
Helena lo miró con compasión y se aferró a sus brazos, demostrándole que en ella no existía ya ningún rencor. Ahora lo importante era que juntos trataran de recuperar a su hijo; lo demás ya no tenía importancia.
—Tenemos que ir a buscar a esa mujer, y si es preciso, yo misma le suplicaré para que me lo devuelva. Le daremos lo que quiera, pero ella tiene que regresarnos a nuestro hijo —lloraba desconsolada.
—Yo voy a solucionar todo esto, cariño, pero por ahora te ruego que trates de tranquilizarte. Nuestros otros dos hijos también te necesitan y ellos sienten lo que a ti te pasa. Confía en mí, muy pronto traeré a nuestro bebé de regreso —le prometió.
Unos minutos más tarde, Karen y Michael llegaron hasta donde ellos se encontraban. Helena se lanzó a los brazos de Karen y ella la recibió en un confortable abrazo. Mientras tanto, Maximilien le hizo una señal a Michael para que lo acompañara al despacho. Entraron y él se le quedó mirando con una expresión muy seria.
—Amigo, necesito tu ayuda. Los secuestradores se han comunicado conmigo y exigen una fuerte cantidad de dinero que tengo reunida en este maletín. Quiero que distraigas a Karen y a Helena para que no se den cuenta, porque muy pronto llamarán para decirme en qué lugar debo reunirme con ellos —le explicó.
—Te entiendo y te ayudaré en lo que sea necesario, pero no vas a ir solo a ese lugar. Yo te acompañaré —resolvió Michael de forma determinada.
—De acuerdo. Tú estarás cerca para que puedas intervenir si algo sale mal y traer a mi hijo a casa. Estoy seguro de que quienes se lo llevaron son Diana y Tony, y no creo que se conformen con una cantidad de dinero. Me quieren a mí, es mi vida a cambio de la de mi hijo —dijo con total seguridad.
—Por Dios, Maximilien, no puedes ir a entregarte. Sabes que vas directo al matadero. Tenemos que armar un plan —propuso Michael.
—No hay tiempo para eso, esos infelices están a punto de llamar —pronunció con voz resignada.
Matt observaba los movimientos desde lejos, notando algo muy extraño en Maximilien. Sabía que no era solo por la tristeza que lo embargaba por el secuestro del bebé. No obstante, se mantuvo en silencio, pero conociéndolo, no se quedaría con las manos quietas. Por otra parte, Tony y Diana celebraban su triunfo. Tenían al hijo de sus más grandes rivales y, además de consumar su venganza, se llevarían una gran cantidad de dinero que les permitiría huir del país y salir bien librados de todo aquello.
—Cómo desearía poder ver la cara de sufrimiento de esa estúpida. ¡Maldita! Su hijo es tan hermoso, tan parecido a Maximilien. Su madre pude haber sido yo, pero esa desgraciada tuvo que interponerse en mi camino. Ahora le voy a arrebatar a dos de los seres que más le importan. Esa será mi mejor venganza: matarla lentamente para desquitarme —vociferaba la perversa mujer.
—No dramatices, Diana. Aquí no solo tú saliste perdiendo. Yo nunca pude tener a la mujer que más he amado a causa de ese infeliz. Así que será sumamente satisfactorio ver cómo muere, pero primero voy a hacer que presencie la muerte de su querido hijo —espetó con rabia el despiadado Tony.
El sol ya se estaba poniendo cuando Maximilien y Michael se prepararon para salir. El maletín con el dinero estaba listo y Maximilien, con determinación en sus ojos, se dirigió a Michael.
—Vamos, es hora —dijo Maximilien con voz firme.
—Sí, pero recuerda que no vas solo. Me quedaré cerca, estaré vigilando todo —respondió Michael, ajustando su chaqueta.
El viaje hacia el muelle abandonado fue silencioso. Ambos hombres estaban absortos en sus pensamientos; la tensión era palpable. Al llegar, Maximilien tomó el maletín y salió del auto, mientras Michael se escondía a una distancia prudente, observando cada movimiento.
El muelle estaba desierto y cubierto por una niebla espesa que lo hacía aún más siniestro. De repente, el sonido de pasos rompió el silencio. Diana apareció con el bebé en brazos, su mirada llena de odio y desprecio. Tony la seguía de cerca, con una expresión de triunfo en su rostro.
—¿Cómo te atreves a traer al niño a este lugar tan peligroso? —reclamó Maximilien, con la voz llena de preocupación y súplica—. Por favor, Diana, déjame llevarme al niño. Él no tiene la culpa de todo esto.
Tony se adelantó, apuntando a Maximilien con un arma. Su sonrisa era cruel y despiadada.
—Este es el final para ti, Maximilien. Tanto tú como tu hijo morirán en este lugar. Y Helena se arrepentirá por no haberme querido y por haberme despreciado tantas veces —dijo Tony con voz llena de odio, mientras apuntaba directamente a Maximilien.
Maximilien se mantuvo firme, sin mostrar miedo. Sabía que cualquier movimiento en falso podría costarle la vida a su hijo.
—Esto es entre tú y yo, Tony. No metas al niño en esto —Maximilien habló con valentía, sin apartar la vista del arma.
Michael observaba desde su escondite, esperando el momento adecuado para actuar. Cuando vio que Tony se distrajo, se abalanzó sobre él. Hubo un forcejeo intenso mientras Michael intentaba quitarle el arma a Tony.
Maximilien, aprovechando la confusión, se lanzó hacia Diana y el bebé. Con un movimiento rápido, logró arrebatarle al niño y protegerlo en sus brazos.
—¡Vamos, Michael! —gritó Maximilien, retrocediendo hacia el auto.
Michael, finalmente logrando desarmar a Tony, empujó al hombre al suelo y corrió hacia Maximilien, quien ya estaba asegurando al bebé en el auto.
—¡Rápido, tenemos que irnos! —dijo Michael, entrando en el vehículo.
Con un último vistazo a Diana y Tony, Maximilien arrancó el auto y se dirigieron a toda velocidad fuera del muelle, el bebé a salvo en sus brazos.
Minutos después, sirenas de policía resonaron en el aire. Coches de policía y vehículos con guardaespaldas de Maximilien llegaron al muelle. Diana y Tony fueron rápidamente arrestados, mientras los oficiales aseguraban la escena del crimen.
—Lo logramos, Michael. Lo logramos —dijo Maximilien, con lágrimas en los ojos.
Michael asintió, respirando profundamente. Sabían que esto aún no había terminado, pero por ahora, el bebé estaba a salvo, y eso era lo único que importaba.