Capítulo 38

Alan me dio la espalda, con los puños apretados a los costados. No podía imaginar qué demonios lo había enfurecido esta vez.

—Deberías intentar dormir un poco.

Mis ojos ardían, pero no era el momento de llorar, no aquí y no con él como testigo. Estaba cansada de llorar, de ser débil y de no tener ...