La aprendiz del Magnate

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Maye Lyn V · En curso · 87.3k Palabras

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Introducción

Sienna Belmont anhelaba el poder, pero un rechazo laboral la entrega a Kieran, un magnate que la convierte en su asistente... y en su juego más perverso.

Bajo su dominio, intercambia libros por encaje, libertad por sumisión, mientras el lujo y los castigos la envuelven. Pero cuando otros hombres la desean, los celos de Kieran incendian su obsesión: azotes, ataduras y una humillación que la fractura frente al espejo. Criticada por su madre y acosada por su pasado, Sienna oscila entre la nostalgia de su vida anterior y el vértigo de placer en su rendición.

¿Hasta qué límites cruzará por su Amo? ¿O el collar que la marca es solo el inicio de su pérdida?

Capítulo 1

POV SIENNA

Estoy parada frente a una sala llena de gente que parece saber exactamente lo que hace con su vida, y yo, bueno, yo solo trato de no desmayarme.

Es mi primer día en el programa Aether Ascent, y se supone que debo presentar mi proyecto a los ejecutivos de la empresa, incluido él.

Kieran Blackwood.

Lo vi entrar hace unos minutos, y desde ese instante mi corazón empezó a golpearme el pecho como si quisiera escapar.

No estaba lista para esto.

Lo había visto en revistas, en esas ruedas de prensa grabadas que pasan en las noticias, pero en persona es otra cosa.

Mucho más guapo, más real, más… no sé, peligroso, supongo. Su cabello castaño oscuro está un poco desordenado, pero de esa forma que parece hecha a propósito, y tiene esas líneas grises en las sienes que lo hacen ver como alguien que ha vivido cosas que yo ni siquiera puedo imaginar. Es alto, más de lo que esperaba, y hay algo en cómo se mueve, como si el aire a su alrededor se apartara para dejarlo pasar.

Me odio por notarlo tanto.

Estoy sosteniendo mis notas, un montón de papeles arrugados que he estado repasando toda la semana, y mis manos no paran de temblar. La sala está llena de becarios como yo, pero también hay hombres y mujeres mayores, todos con esa expresión de saberlo todo, sentados en una mesa larga que parece sacada de una película. Kieran está al fondo, en el centro, y cuando sus ojos se posan en mí por primera vez, siento que me quedo sin aire. Son grises, fríos, como si pudieran ver a través de mí, y no sé por qué, pero me hacen querer esconderme. Trago saliva y miro mis notas, tratando de recordar cómo empezar, pero mi cabeza está en blanco. Completamente en blanco.

—Eh… hola —digo, y mi voz sale más aguda de lo normal, como si fuera una niña pequeña. Genial, Sienna, muy profesional—. Me llamo Sienna Belmont, y, eh, voy a… voy a hablarles sobre mi proyecto.

Quiero morirme. Levanto la vista un segundo y ahí está él, mirándome. No está sonriendo, no está frunciendo el ceño, solo me observa, y es peor que si me estuviera juzgando abiertamente. Siento que me desnuda con la mirada, pero no en el buen sentido, o tal vez sí, no sé, es confuso. Mi cara se calienta, y sé que estoy roja como tomate. Bajo la vista otra vez y trato de concentrarme en las palabras garabateadas en mi hoja.

—Es sobre… sobre cómo las minas afectan a las comunidades, o sea, no solo el medioambiente, sino las personas que viven ahí. Yo… eh… hice un mapa, un mapa de una aldea que… que fue desplazada por una de las operaciones de Aether en… en el norte.

Balbuceo tanto que apenas entiendo lo que estoy diciendo. Miro el proyector donde mi mapa está en la pantalla, una cosa torpe que dibujé a mano y luego escaneé porque no sé usar esos programas sofisticados que todos parecen dominar aquí. Es un desastre de líneas y colores, pero significa algo para mí. Intento explicarlo, pero cada vez que levanto la cabeza, esos ojos grises están ahí, clavados en mí, y mi lengua se enreda más.

¿Es que se me ha olvidado cómo demonios hablar?

—Entonces, lo que pensé fue… fue que podíamos hacer algo, eh, algo como… corredores, corredores culturales, para que la gente no pierda sus tradiciones, porque cuando los mueven, ellos… ellos pierden todo, ¿saben? Y no es solo casas, es… es su vida.

Me detengo porque mi voz se quiebra, y siento un nudo en la garganta. ¿Por qué estoy tan nerviosa? No es solo por la presentación, es él. Kieran. Cada vez que lo miro, aunque sea de reojo, siento que me está desarmando, como si supiera cosas de mí que ni yo misma sé. Es ridículo. Un hombre como él, el hombre más rico del país, dueño de todo esto, ¿por qué me miraría así? No soy nadie. Solo una chica de 24 años que apenas terminó la carrera en geografía humana y que entró aquí por pura suerte. O eso creo.

—Eh… perdón, yo… —me río, pero suena más como un jadeo nervioso—. No estoy muy buena con las palabras hoy, supongo.

Alguien en la sala suelta una risita, y quiero que me trague la tierra. Miro a Kieran otra vez, esperando que apartase la vista, que se aburra de mí, pero no. Sigue ahí, con la cabeza un poco ladeada, como si estuviera estudiándome. Sus manos están cruzadas sobre la mesa, y noto una cicatriz fina en su mandíbula que no había visto en las fotos. Es tan guapo que duele mirarlo, pero también me da rabia admitirlo. No quiero que me importe cómo se ve. Es mi jefe, o algo así, y además es un idiota, ¿no? Eso dicen todos. Arrogante, mandón, alguien que usa a la gente y la desecha. Pero ahora mismo no parece eso. Parece… no sé, diferente.

—Sigo —murmuro, y miro mis notas como si fueran mi salvavidas—. Entonces, estos corredores serían como… como puentes, pero no físicos, sino… eh, culturales. La idea es que las comunidades puedan seguir haciendo sus rituales, sus cosas, aunque estén en otro lugar. Porque si no, es como si los borráramos, ¿no?

Estoy balbuceando otra vez, y mi voz sube y baja sin control. Siento que todos me están juzgando, pero lo peor es él. Cada palabra que digo parece estrellarse contra esa mirada suya, y no sé si me está tomando en serio o si solo está esperando que termine de hacer el ridículo. Me paso una mano por el pelo, ese desastre rojizo que no logré domar esta mañana, y trato de respirar hondo. No funciona. Mi corazón va demasiado rápido.

—Y… y pensé que Aether podría, no sé, invertir en esto, porque no es solo bueno para la gente, también… también es bueno para la empresa, ¿no? Como imagen, digo. La gente odia las minas, y si hacemos algo así, tal vez… tal vez no nos odien tanto.

Me detengo porque no sé qué más decir. El silencio en la sala es tan pesado que siento que me aplasta. Miro al frente, evitando sus ojos, pero los siento igual. Es como si me estuvieran tocando, aunque sé que es imposible. Levanto la vista por un segundo, y ahí está, todavía mirándome, con esa expresión que no puedo descifrar. ¿Qué está pensando? ¿Que soy una idiota? ¿Que no pertenezco aquí? Probablemente. Una chica como yo, con mi ropa prestada y mis ideas raras, no tiene nada que hacer frente a alguien como Kieran Blackwood. Él vive en otro mundo, uno donde la gente como yo ni siquiera aparece en el radar.

—Eh… eso es todo, creo —digo, y mi voz se apaga al final. Bajo las manos con las notas y me quedo ahí, parada como una tonta, esperando que alguien diga algo. Nadie lo hace. El silencio se alarga, y siento que mi cara arde tanto que podría incendiar la sala. Quiero correr, esconderme en mi apartamento con mis libros y mis flores secas, olvidarme de que alguna vez pensé que podía hacer esto.

Entonces él se mueve. Kieran se inclina hacia adelante, solo un poco, y su voz penetra debajo de mi piel.

—No funciona —dice, y mi estómago se hunde—. En el terreno, quiero decir. Esos corredores no se sostienen con la logística que tenemos ahora.

Quiero morirme. Literalmente morirme. Pero antes de que pueda derrumbarme del todo, él sigue hablando.

—Sin embargo, la idea… eso sí me interesa. Quédate después.

Mi cabeza se levanta tan rápido que casi me mareo. ¿Qué? Lo miro, y sus ojos están todavía en mí, pero ahora hay algo más ahí, algo que no entiendo. No es burla, no es lástima. Es… curiosidad, tal vez. O algo peor. Mi boca se abre, pero no sale nada, solo un sonido raro, como un chillido que me hace querer taparme la cara con las manos. Él no dice más, solo se recuesta en su silla y hace un gesto con la mano para que el siguiente becario empiece.

Me quedo congelada un segundo antes de volver a mi asiento, mis piernas temblando tanto que casi tropiezo con una silla. Me siento y miro mis manos, tratando de entender qué acaba de pasar. Me dijo que me quedara después. ¿Para qué? ¿Para despedirme? ¿Para reírse de mí en privado? No tiene sentido. Un hombre como él, con todo ese poder, esa cara, esa vida, no se fija en alguien como yo. Es imposible. Me lo repito una y otra vez mientras el siguiente chico empieza a hablar, pero no puedo sacarme esa mirada de la cabeza. Me desnudó con los ojos, estoy segura, aunque sé que no puede ser verdad. Es solo mi imaginación, mi nerviosismo jugando conmigo.

Pero entonces, ¿por qué siento que algo cambió? ¿Por qué mi piel sigue erizada, como si él todavía me estuviera mirando? Giro la cabeza un poco, solo un poquito, y lo veo. No me está mirando ahora, está escuchando al otro becario, pero hay una curva leve en su boca, como si supiera algo que yo no. Y eso me asusta más que cualquier cosa que haya dicho.

No sé qué hacer. La presentación terminó, pero siento que esto apenas empieza, y no estoy lista. No estoy lista para él.

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