Amigos y enemigos

—¡Oh, Diosa mía! —dice Annamarie desde donde está sentada en un cómodo sofá con flores—. ¡No puedo creer que seas tú, Ainslee! Te ves increíble.

Cruzo la habitación para abrazarla, pero ella no se levanta. Tiene un gran vendaje en la pierna. Estoy tan feliz de verla, alguien de casa, que las lágrim...