Capítulo 11.

Después de sucumbir al pánico en los siguientes dos o tres kilómetros debido a que Esteban ni siquiera disminuyó la velocidad en las curvas, por fin pude decir algo más coherente que ¡Oh ah oh!

-¡Joder! ¡¿Qué mierda sucede contigo?!

Los nudillos de sus manos estaban blancos de la fuerza que utili...