Capítulo: 3

El bosque estaba en silencio, salvo por el suave crujido de las hojas caídas bajo las patas de Fenris. La luz de la luna se filtraba a través del dosel, proyectando sombras moteadas sobre su pelaje gris plateado. Sus ojos ámbar escudriñaban el sotobosque, alerta ante cualquier señal de presa o peligro. Habían pasado tres lunas desde que dejó su manada, tres lunas de soledad y supervivencia en la naturaleza.

Fenris se detuvo, levantando el hocico para olfatear el aire. El rico aroma de la tierra y las hojas en descomposición llenaba sus fosas nasales, junto con algo más, algo familiar. Sus músculos se tensaron al reconocer el olor de sus antiguos compañeros de manada. Estaban cerca, demasiado cerca para su comodidad.

Una ramita se rompió en la oscuridad, y Fenris se giró rápidamente, erizando el pelaje. De las sombras emergió un gran lobo negro, con los labios curvados en un gruñido. Fenris lo reconoció de inmediato: Ragnar, su antiguo alfa y mentor en quien una vez confió.

—Así que el traidor regresa a nuestro territorio —gruñó Ragnar, su voz goteando desprecio—. ¿Has venido a suplicar perdón, Fenris?

Fenris se mantuvo firme, encontrando la mirada de Ragnar sin pestañear.

—Este no es tu territorio, Ragnar. Estoy muy lejos de los límites de la manada.

La risa de Ragnar fue un ladrido áspero.

—Nuestros límites se han expandido desde tu... partida. Y pronto, abarcarán todos los bosques circundantes.

Mientras hablaba, más lobos surgieron de las sombras, rodeando a Fenris. Los reconoció a todos, lobos a los que una vez llamó familia. Ahora sus ojos brillaban con hostilidad y hambre.

—Siempre fuiste ambicioso, Ragnar —dijo Fenris, su voz baja y controlada a pesar del miedo que le arañaba por dentro—. Pero esto es una locura. Las otras manadas no tolerarán tal expansión.

Un lobo gris y delgado a la izquierda de Fenris gruñó.

—Las otras manadas se someterán o serán destruidas. Nuestros números crecen cada día, mientras tú te desperdicias solo en la naturaleza.

La mirada de Fenris se desvió hacia el que hablaba.

—¿Eso es lo que te ha dicho, Gunnar? ¿Que me estoy desperdiciando? —Permitió que una nota de lástima entrara en su voz—. ¿No puedes ver cómo está torciendo sus mentes, convirtiéndolos en nada más que sus marionetas?

Los ojos de Ragnar brillaron peligrosamente.

—¡Basta! Perdiste el derecho a cuestionar nuestros métodos cuando abandonaste la manada. Tus acciones trajeron vergüenza a todos nosotros, Fenris. Es hora de que pagues por tu traición.

Con un gruñido, Ragnar se lanzó hacia adelante, sus enormes mandíbulas chasqueando cerca de la garganta de Fenris. Fenris apenas logró esquivar, sintiendo el aire al cerrarse los dientes de Ragnar en el espacio vacío. En un instante, el claro estalló en caos cuando el resto de la manada se unió al ataque.

Fenris luchó con toda la habilidad y ferocidad que poseía, pero estaba desesperadamente superado en número. Dientes desgarraban sus flancos, garras rasgaban su espalda. Logró asestar algunos golpes sólidos, escuchando aullidos de dolor cuando sus propios dientes encontraban carne.

Mientras luchaba, recuerdos pasaban por la mente de Fenris: recuerdos de la noche en que dejó la manada. Volvió a ver los rostros horrorizados de los aldeanos humanos mientras Ragnar lideraba a la manada en un ataque despiadado contra su asentamiento. Escuchó los gritos de los inocentes, sintió la repulsión cuando Ragnar les ordenó masacrar incluso a los niños.

Esa noche, Fenris tomó una decisión. Se volvió contra Ragnar, dando a los aldeanos una oportunidad de escapar. Al hacerlo, selló su destino como un paria, un traidor a los suyos.

Una mordida particularmente feroz en su pata trasera trajo a Fenris de vuelta al presente. Tropezó, perdiendo momentáneamente el equilibrio, y Ragnar aprovechó la oportunidad. El peso del alfa se estrelló contra Fenris, inmovilizándolo en el suelo.

—Voy a disfrutar esto —gruñó Ragnar, su aliento caliente bañando el rostro de Fenris—. Te destrozaré lentamente, te haré sufrir por tu deslealtad.

Fenris luchaba bajo el peso de Ragnar, su mente trabajando a toda velocidad. Sabía que no podía superar al alfa en una confrontación directa. Si iba a sobrevivir, necesitaba ser más astuto.

—Me llamas desleal —jadeó Fenris—, pero fuiste tú quien traicionó todo lo que nuestra manada representaba. Éramos protectores, Ragnar. ¿Cuándo nos convertimos en asesinos?

Los ojos de Ragnar brillaron con furia.

—¡Nos volvimos fuertes! Los humanos nos temen ahora, como deben hacerlo. Su miedo los mantiene a raya, les impide invadir nuestro territorio.

—¿Y qué pasa cuando el miedo se convierte en odio? —replicó Fenris—. ¿Cuando se unan y vengan por nosotros con sus armas y su fuego? Estás llevando a la manada a la destrucción, Ragnar.

Por un momento, la duda parpadeó en los ojos de Ragnar. Fue toda la apertura que Fenris necesitaba. Con un estallido de fuerza desesperada, giró, hundiendo sus dientes en la pata delantera de Ragnar. El alfa aulló de dolor y rabia, su agarre aflojándose lo suficiente para que Fenris se liberara.

Fenris se puso de pie, con la sangre empapando su pelaje. Sabía que no podía ganar esta pelea, no contra toda la manada. Su única esperanza era correr.

—¡Deténganlo! —rugió Ragnar, pero Fenris ya estaba en movimiento.

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