Epílogo

—¡Aurelia, cariño! ¡Estamos aquí! —anuncié en cuanto Frederick me ayudó a bajar del carruaje—. Gracias, querido —dije y sonreí.

—Cuando quieras, mi diosa —respondió Frederick. Giró la cabeza al escuchar una risita—. ¡Aurelia! ¡Pequeña, tu madre y yo estamos aquí!

Frederick y yo esperamos mientras ...