6- Katlyn la envidiosa

Sebastián miró en silencio la pantalla de su computadora, donde se mostraba un video en blanco y negro, revelando al ladrón de su billetera, o más bien ladrona, porque la persona no era otra que su secretaria, ¡a quien había contratado para el mejor trabajo! No podía creerlo, había sido bueno con ella después de todo, ¿así era como le agradecía?

—Voy a llamar a la policía de inmediato —exclamó su gerente, levantando el auricular del teléfono. Rápidamente, el CEO presionó el botón cortando la llamada—. ¿Señor?

—No voy a tomar ninguna acción por el momento.

—Pero el señor Aller es un ladrón.

—Lo sé.

Sebastián dirigió una mirada fría al hombre, quien salió de la oficina intimidado sin decir nada más. No sabía por qué, pero no quería alejar a la mujer de él, prefería mantenerla cerca y tener esa carta guardada para el futuro.

Helena llamó a la puerta de la oficina de su jefe y esperó.

—Adelante —escuchó la profunda voz del heredero y respiró hondo, cerrando los ojos.

«Vamos, Helena, puedes con esto, lo necesitas.»

Puso su mejor sonrisa y entró en la espaciosa oficina de Sebastián.

—Permiso, señor Aller.

—¿Qué necesitas? —preguntó amablemente para sorpresa de la secretaria.

—Sé que es muy pronto para esto, pero si realmente no lo necesitara, no se lo estaría pidiendo.

—¿Qué es?

—Quería pedirle un adelanto.

Helena cruzó los dedos detrás de su cuerpo, necesitaba el dinero para pagar a la niñera, la mujer ya le había dejado claro que no aguantaría otro mes, no podía esperar al primer cheque de pago.

Sebastián se levantó de su lujoso asiento de cuero y rodeó el gran escritorio con la elegancia de un felino y se acercó a su secretaria, quien apretó los puños y se mantuvo firme. La imponente presencia del hombre la intimidaba, nuevamente su exótico perfume nublaba sus sentidos y su tenso pero hermoso rostro tan cerca del suyo.

«¡¿Por qué quieres más dinero si ya tienes el que me robaste?!» pensó indignado.

—Solo puedo darte ese dinero si trabajas horas extras... —Se inclinó más cerca de su oído—. Limpiando —El susurro de su jefe le dio escalofríos.

Helena se puso roja de ira y apretó los dientes.

—No, gracias —No quería ser el objeto de sus deseos, todavía estaba desconcertada por lo que había sucedido en el ascensor, el hombre la despreciaba, pero también la miraba como si la estuviera desnudando con los ojos.

Sebastián frunció el ceño enojado y se dirigió a la ventana.

—Está bien, como quieras, es tu problema, ahora vete —ordenó fingiendo desinterés.

Helena salió furiosa.

¿Qué iba a hacer ahora?

Una vez que la descarada mujer salió de la oficina, Sebastián golpeó el vidrio con la mano abierta, liberando la ira contenida. ¡No entendía! Tantas otras mujeres morirían por estar con él, si ella quería tanto su dinero, ¿por qué no se dejaba seducir?

Se sentó en su escritorio y abrió un programa en su computadora, era experto en tecnología y no le tomó más de unos minutos ingresar a la cuenta de cualquiera.

—¡Lo tengo! —exclamó victorioso cuando pudo hackear la cuenta bancaria de la mujer con facilidad, asombrado al encontrar una buena suma de dinero en sus ahorros—. Vamos a ver quién roba a quién —sonrió maliciosamente mostrando sus colmillos relucientes y hizo clic para retirar todos los fondos.

—Son trescientos dólares.

—¿Solo trescientos dólares? ¿Por este televisor? Pero está prácticamente nuevo.

—Es lo que puedo ofrecerte, señorita, tómalo o déjalo.

Resignada, Helena tuvo que aceptar el dinero ofrecido por el vendedor de artículos usados. Con eso, que no era tanto como había imaginado, podría pagar a la niñera y comprar comida enlatada para el resto del mes, pero nada más.

Helena sabía que el dinero de sus ahorros estaba ahí para ser usado y que era una cantidad considerable, pero desde que su padre había muerto, se había prometido a sí misma que todo el dinero que guardara en esa cuenta sería solo para los futuros estudios de su hermanito, no quería que él tuviera el mismo destino que ella. Lucas iría a la universidad y sería un profesional, solo tenía que aguantar un poco más.

Katlyn se contoneaba en su impresionante atuendo fucsia en la recepción de la empresa de su futuro esposo, con una amplia sonrisa de dientes relucientes y labios carmesí de su propia marca, se acercó a un grupo de empleadas que conversaban entre ellas.

—¡Señorita Walter! —exclamó una de las chicas, haciendo que todas las demás se tensaran y dejaran de chismear.

—Señora Aller —corrigió—. Relájense chicas, vengo como amiga, no como jefa —rió divertida y les guiñó un ojo.

La empresaria se acercó a ellas y susurró—: Voy a organizar una despedida de soltera.

—¡Ohhh! —¡Wauu! —¡Qué emoción! —gritaron las chicas saltando de alegría.

—Estaba planeando invitar a todas las mujeres de la empresa a mi fiesta privada. Pero... hay una chica nueva, ¿no? ¿Cómo se llama...? —fingió no recordar.

—Helena.

—¡Oh sí, Helena! La pelirroja flacucha —rió divertida y las otras chicas la imitaron—. ¿Qué piensan de ella? No creo que sea gran cosa, entre nosotras, no tiene mucha experiencia en esto, ¿verdad?

—Sí... —hablaron todas al unísono mirándose entre ellas.

—Chicas, seré honesta con ustedes, creo que cualquiera de ustedes podría tener ese puesto, ¡se lo merecen más que ella!

—¡He estado trabajando aquí durante cinco años!

—¡Sí! Yo tengo asistencia perfecta y he hecho todo a tiempo.

—¡Por eso chicas! ¿No les molesta que una cualquiera sin educación venga a robar el mejor puesto de la empresa?

Todas asintieron de acuerdo y la rubia no pudo evitar sonreír victoriosa, las tenía comiendo de la palma de su mano, «pobres chicas, qué fácil» pensó.

—A ver chicas hermosas, me caen muy bien, podríamos ser amigas.

Las empleadas sonrieron emocionadas, no podían creer que Katlyn Walker, heredera de la industria cosmética más famosa del mundo, la que todas las jóvenes consumían, quisiera ser amiga de ellas.

—¿Qué tal si les hago una propuesta?

—Lo que sea, Katlyn.

—Les ofreceré a cada una unos $2,000,000 si me ayudan a que despidan a esa zorra roba-maridos.

—Oh Katlyn, no sé....

—Sí, apreciamos el dinero, pero....

—Y una de ustedes va a obtener el puesto de secretaria, se los prometo, el sueldo es el doble —guiñó un ojo.

Las mujeres no lo pensaron dos veces, la propuesta de la rubia era tentadora, además era cierto que no soportaban a la nueva mujer, ¡había pasado de ser limpiadora a secretaria presidencial de un día para otro!

Se rumoraba que se había acostado con el hombre del año, Sebastián Aller, y no entendían cómo, ellas eran mucho más hermosas que la mujer sin curvas.

—Está bien, yo acepto.

—Yo también.

—¡Yo también!

—¡Oh chicas, vamos a ser grandes amigas!

La prometida de Aller las abrazó efusivamente mientras interiormente se regocijaba por lo que estaba a punto de hacerle a Helena.

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