Treinta y uno. Una noche larga y húmeda

Tiemblo en mi vestido empapado y miro fijamente la puerta de metal de quince centímetros de grosor que nos encierra en este ático frío como una prisión. No creo que esta puerta sea de acero sólido. Estoy bastante segura de que es de plata, o al menos plateada.

—¿Ni siquiera puedes tocar eso, verdad...