Capítulo treinta

—La naturaleza siempre me ha tranquilizado, pero juro que esta vez nada puede calmarme —dijo Ajax.

El río y los árboles, junto con el canto de los pájaros, me relajaban bastante. Necesitaba distraerse. Me quité los zapatos y hundí los dedos de los pies en la tierra.

—¿También te vas a quitar la ro...